miércoles, agosto 29, 2007


Podía gritar, intentar huir, o dejar que EL NEGRO AFRICANO ME ROMPIERA EL ORTO con su temible anaconda azabache. Pero desperté sin poder declararle mi amor y me sentí vacío como un ánfora enterrada bajo tierra, en Atenas necrópolis.
Qué asco despertarse así, tan vacío y pensando que la vida es una cosa. Que también las cosas faltan, que se desconoce al hermano, que laburar es levantar ladrillos. Qué asco no tener dónde colar los dedos, dónde ejercitar la lengua, dónde desafiar la muerte, dónde poner la (palabra indescifrable en el original) para sentirse libre al menos un segundo.
Quiero germinar en lluvia y ahogar de zamba a las mujercitas de muslos dorados como el sol. Quiero revolcarme en el pasto acompañado de una buen par de tetas que servirían para amamantar a todos los chicos con hambre del mundo. Pero me tengo que tomar un café y esperar, prender la radio, lamer las heridas, tomar un bondi.

(declaraciones encontradas en un maletín vacío, en la costanera del río San Antonio)